Con el título: "España-Marruecos: ¿nueva crisis en el horizonte?" examina las relaciones entre los dos países. Dice al respecto:
Las relaciones entre España y Marruecos no solo no han mejorado, sino que empeoran con rapidez. Y ello por dos tipos de motivos, los meramente estructurales, es decir, la existencia de problemas que, de no abordarse, empeoran porque su naturaleza y desarrollo lógico exigen algún tipo de acción. Y los de carácter coyuntural, es decir, las dificultades incorporadas a la relación bilateral durante la presente legislatura, fruto a su vez del escaso conocimiento del régimen alauita, por un lado, y la ausencia de criterios ordenados de carácter general en la política exterior. En este último aspecto no hay más remedio que resaltar el desconocimiento sistemático y consciente que el gobierno de España muestra de los precedentes históricos, cuyas enseñanzas se desprecian; como de las líneas estratégicas tradicionales de la política exterior española, que han sido subvertidas de tal forma que tornan en piruetas imposibles las acciones del actual ejecutivo español. El respeto de las formas, o lo que es lo mismo, de los ejes europeo, americano y mediterráneo, esconde una modificación sustancial de los criterios efectivos que rigen hoy la acción
exterior de España sin parangón en épocas anteriores, organizando la actividad fuera de sus fronteras de acuerdo con criterios ideológicos incompatibles con los intereses generales de la nación. (...)El nuevo rumbo tomado por la política española desde la llegada al poder de Rodríguez Zapatero es precisamente el contrario, a saber, se definen como intereses inmediatos hechos, opciones o ambiciones de carácter mediato: buenas relaciones mutuas, desarrollo económico de Marruecos, acuerdo pesquero, entre otros ad infinitum. Este hecho priva de coherencia a la acción exterior del Gobierno, redistribuye la atención, el esfuerzo y el tiempo utilizado en la defensa de intereses acuciantes e impide una visión global de la política española hacia al vecino del sur. El resultado es el único posible, la vieja política de reacción puntual a los estímulos de la administración y monarquía marroquí.
Este problema que podemos calificar de coyuntural, generado por el actual ejecutivo español y amparado en la construcción teórica que sobre las relaciones internacionales se ha desarrollado en la izquierda española, empeora dos hechos que lamentablemente no se ha tenido suficientemente en cuenta.
El primero, que determinados problemas, si no mejoran, empeoran, porque las circunstancias que alimentan su aparición no dejan de hacerlo por el simple hecho de modificar la percepción o aproximación teórica hacia ellos. Reunirse con Mohamed VI dos, seis o nueve veces no desactiva la reclamación territorial marroquí; ni la necesidad de descolonizar el Sahara, ni la inaceptable permisividad migratoria marroquí, que en el caso de Melilla, lleva años funcionando como una fórmula de presión desestabilizadora. Las circunstancias que fuerzan al régimen alauita a insistir en estas fracturas bilaterales no responden solo a una determinada percepción de la política exterior, sino a la propia naturaleza del régimen y su necesidad de supervivencia. Un régimen monárquico, dictatorial, nacionalista y expansionista, cuya legitimidad se basa desde un punto de vista histórico en la defensa de la independencia frente a la potencia colonial preponderante, Francia; cuya legitimidad ideológica deriva de su búsqueda de espacio vital y su funcionamiento interno es casi medieval difícilmente puede cambiar las variables citadas. Simplemente no puede abandonar el Sahara, dejar de reclamar los territorios y aguas españolas o de alimentar la existencia de un enemigo exterior sobre el que dirigir culpas y responsabilidades. Solo un cambio de régimen podría conllevar semejante modificación de actitudes, un cambio de régimen que Europa y España no perecen desear, alentar o contemplar siquiera.El segundo problema es conceptual. Las relaciones internacionales, en definitiva, versan sobre problemas concretos. Constituyen un sistema cruzado de relaciones e influencias que se retroalimentan y aspiran a la resolución de problemas específicos. Es cierto que una modificación del ambiente puede facilitar la resolución de un contencioso particular. Por ejemplo, el acercamiento de Turquía a la UE debiera facilitar la solución de la cuestión chipriota. Pero eso no necesariamente sucede. Y en todo caso, el problema de fondo no es la relación global y abstracta, en al caso citado entre Turquía y Europa; sino el problema específico, que, de no resolverse, vuelve a contaminar los demás aspectos de una relación diplomática. El caso de España y Marruecos responde, como si de un manual se tratara, a este fenómeno. La pretensión española de mantener buenas relaciones con Marruecos no es en si misma contraproducente, siempre que ese objetivo general y abstracto no acabe por nublar los verdaderos objetivos de la acción de España en la zona. Al final el Sahara, las ciudades autónomas, la emigración o los lindes marítimos condicionan el vínculo hispano-marroquí de forma inevitable. Por tanto en la fórmula teórica aplicada por España a esta complicada relación se le pueden achacar dos graves defectos: yerra al abordar el objetivo máximo; y fracasa al establecer los asuntos concretos a resolver. Es, por último, frustrante, pues al establecer como meta la estabilidad absoluta de la relación bilateral, genera la sensación de crisis permanente, una sensación que puede ser desesperante y mala consejera. Aceptar la inevitable imperfección de esa relación y el carácter estructural e histórico de algunos conflictos ayudaría sobremanera a soportar las tensiones con paciencia y sentido de la realidad. Incluso a imaginar que quizá no se resuelvan nunca sin que llegue por ello a suceder nada. Estar dispuesto a convivir con problemas debiera ser una actitud diplomática normal.