Con las elecciones en Iraq (vía Prevostmazp) se cierra un ciclo en el país.
Pero hay cosas del pasado que no debemos olvidar. Hoy se ha publicado un libro titulado "El gran libro negro de los horrores de Sadam". Muy interesante: lo copio:
Le livre noir de Saddam Hussein (El libro negro de Sadam Husein) es una robusta denuncia del régimen de Sadam que no cae en la trampa de ver todo lo que sucede en Irak a través de un prisma centrado en Estados Unidos. Los autores –árabes, americanos, alemanes, franceses e iraníes– han elaborado el trabajo más completo hasta la fecha sobre los crímenes de guerra del ex presidente iraquí, manejando una masa de pruebas que hacen superfluos los argumentos contra la intervención.
Le livre noir de Saddam Hussein (El libro negro de Sadam Husein) es una robusta denuncia del régimen de Sadam que no cae en la trampa de ver todo lo que sucede en Irak a través de un prisma centrado en Estados Unidos. Los autores –árabes, americanos, alemanes, franceses e iraníes– han elaborado el trabajo más completo hasta la fecha sobre los crímenes de guerra del ex presidente iraquí, manejando una masa de pruebas que hacen superfluos los argumentos contra la intervención.
"El primer arma de destrucción masiva era Sadam Husein", escribe Bernard Kouchner, que lleva siguiendo las atrocidades perpetradas en Irak desde que encabezó la primera misión de Médicos Sin Fronteras, allá por 1974. "Preservar la memoria de los arrestos arbitrarios que realizaba cada mañana la policía de Sadam, de la tortura horrible y humillante, de las violaciones organizadas, de las ejecuciones arbitrarias y de las prisiones llenas de gente inocente no es solamente un deber. Sin eso, uno no puede comprender ni qué era la dictadura de Sadam ni la urgente necesidad de derrocarle".
La obsesión de muchos periodistas y comentaristas con la infructuosa caza de armas químicas, biológicas y nucleares ha significado que gran parte de las pruebas de las atrocidades de Sadam en el Irak liberado hayan sido infradifundidas. Sinje Caren Stoyke, arqueóloga alemana y presidente de Archeologists for Human Rights, cataloga 288 fosas comunes, una lista que ya ha quedado obsoleta, con el descubrimiento nuevos enclaves cada semana.
"Estas fosas comunes no son ningún secreto", anota Stoyke. "Los convoyes militares cruzaban las ciudades llenos de prisioneros civiles, y volvían vacíos. La gente que vivía cerca de los enclaves de ejecución escuchaba los gritos de hombres, mujeres y niños. Oían los disparos seguidos del silencio".
Stoyke estima que en Irak hay un millón de personas desaparecidas, presumiblemente muertas, y se ha dejado a las familias ante la terrible tarea de encontrar e identificar los restos de sus seres queridos.
Abdalá Mohamed Husein era un soldado que luchaba en las montañas cuando las tropas iraquíes tomaron la aldea kurda de Sedar y deportaron a las tres cuartas partes de sus habitantes, incluidos su madre, su esposa y sus siete hijos. Les llevaron a un campo de concentración en Topzawa; desde allí, algunos fueron trasladados a un campo de ejecución próximo al enclave arqueológico de Hatra, al sur de Mosul. Se han hallado los restos de 192 personas –123 mujeres y niños y 69 hombres–; entre ellos, los de la esposa de Abdalá y los de tres de sus hijos. No hay rastro de su madre ni de los otros cuatro niños. Fueron víctimas de la genocida campaña Anfal, que pretendía exterminar a los kurdos.
Entre 100.000 y 180.00 kurdos desaparecieron o murieron entre febrero y septiembre de 1988. El bombardeo de la aldea kurda de Halabja con armas químicas –gas mostaza, tabún, sarín y gas VX, entre otras–, el 16 de marzo de 1998, que provocó la muerte de entre 3.000 y 5.000 civiles, fue la más difundida de estas atrocidades porque tuvo lugar cerca de la frontera con Irán y las tropas de este país pudieron penetrar, con la ayuda de los kurdos, y grabar y fotografiar a las víctimas.
Pero Halabja no fue un caso aislado: Sadam utilizó armas químicas al menos 60 veces contra las aldeas kurdas durante la Anfal.
Y los kurdos no eran las únicas víctimas de Sadam, que ordenó el arresto de numerosos chiíes. Saadoun Kassab, un ingeniero que ayudó a construir, en 1957, Abú Ghraib –prisión diseñada para albergar 4.000 presos–, fue después confinado allí durante un año. Kassab contó lo que sigue al editor del Libro Negro, Chris Kutschera: "Cuando me encarcelaron en Abú Ghraib, en 1985, había 48.500 presos. Me encarcelaron durante ocho meses en un espacio de 1x1,5 metros; una caja. A veces me quedaba allí dentro durante dos semanas, sin salir. Quería ser interrogado para salir, ver a seres humanos y la luz del día. Y todo por saludar a Saad Saleh Jaber[1]. Vi a gente morir".
Abdul Hadi al Hakim, chií, fue arrestado, con 90 miembros de su familia, el 10 de mayo de 1983, y detenido durante ocho años sin ser acusado ni juzgado. El más joven de la familia detenido tenía apenas 14 años. Su padre y dos hermanos, junto con otros 13 parientes, fueron ejecutados en las primeras semanas. El resto fue encarcelado en Abú Ghraib: 22 personas en una celda que medía 4x6 metros. No había agua corriente, y un agujero en la esquina servía como retrete. Relatando su detención para el libro, Abdul al Hakim dice: "¿Los peores momentos? Todo era terrible, pero lo peor era el miedo a ser ejecutado. Cada vez que escuchábamos girar la cerradura nos quedábamos callados; podía ser el momento de morir, para mí, para otro. Estoy furioso con los que mezclan los crímenes de los americanos con los de Sadam, cuando no son comparables".
La represión de los chiíes incluyó la deportación forzosa a Irán, que comenzó cuando los baazistas llegaron al poder. Al menos 40.000 fueron deportados en una primera oleada, en 1969-71, y otros 60.000 en una segunda oleada de 60.000, nueve años más tarde. Las deportaciones continuaron a lo largo de los años 80. En el momento de la caída de Sadam vivían en Irán 200.000 iraquíes: una cuarta parte eran kurdos, y el resto árabes chiíes. De estos exiliados, 50.000 vivían paupérrimamente en campamentos de refugiados.
El exterminio de los árabes de las marismas, una antigua población que vivía en los pantanales de Mesopotamia, tuvo lugar entre 1991 y 2003. De los 400.000 habitantes con que contaba la zona hace 30 años se ha pasado a los 83.000 de la actualidad; 11.000 huyeron a Bagdad, y residen allí como pueden; 80.000 huyeron a Irán. Los soldados iraquíes asesinaron a miles, y las marismas fueron drenadas, lo que trajo el hambre y las enfermedades a los que se quedaron.
La brutal represión del levantamiento chií posterior a la Guerra del Golfo de 1991 dio lugar a otras 300.000 muertes, en su mayoría civiles.
En el Irak de Sadam nadie, ni siquiera los familiares y colaboradores más cercanos al dictador, estaba seguro. Tarik Alí Saleh, ex juez y presidente de la Asociación de Juristas Iraquíes, escribe que durante el reinado del partido Baaz (1968-2003) los servicios de seguridad arrestaban y encarcelaban a la gente sin cargos; además, se les denegaba el contacto con la familia o con un abogado. Todo el mundo constituía objetivo, incluso las mujeres y los niños. La tortura era utilizada sistemáticamente para asegurar las confesiones: palizas, quemaduras, arrancamiento de las uñas de los dedos, violaciones, descargas eléctricas, baños de ácido, privación del sueño, la comida o el agua...
Después estaban las víctimas de las tres guerras devastadoras libradas por Sadam. Se estima que en el conflicto irano-iraquí murieron más de un millón de personas, de ambos países: Kutschera lo compara con la Primera Guerra Mundial por la colosal pérdida de vidas y por el empleo de la guerra de trincheras. Su enorme coste animó a Sadam a invadir Kuwait, con el fin de hacerse con sus activos. Por otra parte, su rechazo a cumplir las resoluciones de la ONU que le obligaban a desarmarse llevó, finalmente, a la invasión de Irak y a su derrocamiento.
Para Kouchner, es necesario precisar estos crímenes uno por uno, con todo su horror, describiendo su naturaleza y afirmando lo que se olvida con demasiada frecuencia: Sadam fue uno de los peores tiranos de la historia, y era urgente librar de él al pueblo iraquí.
Kouchner, ministro francés de Sanidad hasta que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, le designó su representante especial en Kosovo, esperaba que una comunidad internacional cohesionada lograra derrocar a Sadam de la manera en que una acción resuelta por parte de aquélla libera un país. Se sintió amargamente avergonzado cuando el veto francés en el Consejo de Seguridad dividió a la comunidad internacional e imposibilitó formar un frente unido para derrocar al dictador. "¿Había un modo peor de dejar plantados a los que esperaban tanto de nosotros?", se pregunta en el libro.
Parece sorprendente que una denuncia tan robusta de Sadam venga de Francia, y aún más que muchos de sus autores puedan ser considerados de izquierda.
Mientras que los manifestantes pacifistas australianos han alabado la obstinada oposición de Francia a la guerra, Le livre noir de Saddam Hussein traza la vergonzosa historia del apoyo a ultranza de Francia a Sadam, de izquierda a derecha, durante 30 años; una relación que se basó fundamentalmente en el intercambio de petróleo iraquí por misiles, cazas y tecnología nuclear franceses.
La amistad del presidente Jacques Chirac con Sadam se remonta a los años 70, cuando era primer ministro con Valery Giscard d'Estaing. Cuando Sadam llegó a Francia, pasó un fin de semana privado con Chirac en la Provenza, y en otra visita Chirac acudió al aeropuerto para recibir a su "amigo personal", por el que sentía respeto y afecto.
La única ruptura en este idilio fue la invasión de Kuwait, cuando Francia se unió a la coalición de la ONU conformada para restaurar la soberanía kuwaití. Pero en los 15 años que siguieron a la guerra Irán-Irak Francia trabajó febrilmente por levantar las sanciones y normalizar las relaciones con Irak y con Sadam, a fin de restaurar las relaciones con un lucrativo socio comercial.
Determinados a mantener a Sadam en el poder, los franceses no denunciaron al dictador ni una sola vez. Aun así, lejos de evitar la guerra, el veto francés en el Consejo de Seguridad la facilitó. En ausencia de una resolución de la ONU que autorizase el uso de la fuerza contra Sadam, la única posibilidad era una coalición liderada por Estados Unidos.
Los franceses, al igual que todos los que se opusieron a la guerra, han argumentado implícita o explícitamente que, aunque Sadam tenía su lado desagradable, no era peor que los líderes de países como Arabia Saudí, Irán, Siria o Egipto, y menos aún que los de Zimbabue, Birmania, Corea del Norte o China.
Para los franceses, y para muchos de los detractores de la guerra, el argumento favorito era que Irak sería un caos sin Sadam. En el Libro Negro se citan estas palabras de un diplomático francés: "No existe oposición. La situación en Irak no cambiará en un cierto período de tiempo. Si Sadam Husein desaparece es el régimen lo que será arrastrado, y habrá una anarquía federal".
La gente que optó por esta opinión se siente justificada con cada revés que afronta el régimen de Irak y los ataques de los terroristas suicidas.
Lejos de sacar brillo a las dificultades para reconstruir Irak, el libro documenta hasta qué punto era inevitable, luego de 35 años de dictadura brutal, durante la cual Sadam eliminó despiadadamente las estructuras sociales, la oposición política y a aquellos miembros de su partido que consideró una amenaza.
El sistema represivo puesto en vigor por Sadam era impenetrable desde dentro. No existía solución democrática a la dictadura: ningún movimiento popular, ninguna insurrección podría haberle destronado, como supieron kurdos y chiíes por su propia y sangrienta experiencia.
"La guerra americana tal vez no fuera una buena solución para deshacerse de la dictadura de Sadam Husein. Pero, como muestra este libro, tras 35 años de una dictadura de excepcional violencia, que ha destruido la sociedad civil iraquí y ha creado millones de víctimas, no existía una solución buena", sostiene Kutschera.
Se ha acusado a Sadam y a siete de sus cómplices de ordenar el asesinato de más de 140 personas procedentes, principalmente, de la ciudad chií de Dujail, al norte de Bagdad, después de que aquél sufriera allí un atentado en 1982.
Chris Kutschera (dir.): Le livre noir de Saddam Hussein. Oh Editions (París), 2005. 700 páginas. Prefacio de Bernard Kouchner.
Rebecca Weisser, ex diplomática australiana y especialista en asuntos de la Francofonía.