La impunidad de los "lebs" en Australia

jueves, diciembre 15, 2005

Estos son los principales puntos que explican el nuevo estallido étnico en otro país occidental donde, también de nuevo, cae hecho pedazos, con las ventanas y los coches destrozados, el mito de la convivencia pacífica entre dos comunidades que van radicalizándose a cada semana que pasa:

  • Un 0,9 por ciento de la población australiana es libanesa o de origen libanés, y llegó a Australia hace unas pocas décadas. Muchos de sus integrantes han alcanzado altos o muy altos puestos sociales o políticos. Sin embargo, una gran parte de los jóvenes –ya nacidos en Australia y, por tanto, australianos- han mantenido las costumbres y creencias musulmanas de sus países de origen, con puntos de vista abiertamente enfrentados a los occidentales.
  • Este choque de puntos de vista es especialmente tenso en relación con las mujeres. Grupos de libaneses-australianos jóvenes han atacado a mujeres jóvenes de ascendencia anglosajona por ir vestidas “indecentemente”. En las playas de Sydney, la tensión entre las “dos comunidades” era feroz. Los hijos del integrismo musulmán frente a las espectaculares rubias semidesnudas del surf.
  • Líderes de la comunidad musulmana se ha indignado con la publicidad dada en los medios de comunicación a las bandas de violadores de procedencia árabe. Violadores de blancas anglosajonas, por supuesto. El caso más tristemente espectacular se produjo en 2002, cuando una banda de libaneses violó a multitud de mujeres, todas blancas. El jefe de la banda, Bilal Skaf, fue sentenciado a 55 años en prisión, una sentencia considerada extraordinariamente dura para un país como Australia.
  • Una cultura de bandas. En los años 60, las bandas estaban formadas por blancos europeos. Ahora son árabes y asiáticos. Los “lebs” (nombre despectivo para los libaneses”) se han introducido en la cultura de la violencia como rito de iniciación del macho joven, donde las diferencias entre el sexo y la violación son prácticamente inexistentes. Sin embargo, las comunidades blancas evolucionaron hacia la tolerancia y el feliz estilo de vida simbolizado en la cultura del surf. En su caso, el más macho era quien aguantaba más encima de una tabla sobre una ola. El choque era inevitable.
  • La cultura del alcohol entendida a la anglosajona, es decir, la borrachera por la borrachera. Muchos de los 5.000 jóvenes que se reunieron en el primer estallido de violencia a la caza del “leb” (y, por extensión, de cualquiera con apariencia árabe) estaban completamente borrachos. Malamente podían leer los mensajes de teléfono móvil que unos a otros se iban pasando en una explosión de comunicación en red que concentró en minutos a miles de rabiosos jóvenes y adolescentes en busca de los tipos de piel oscura con una religión que consideran hostil.
  • Hostil e invasora. Los suburbios de los libaneses se encuentran a las puertas de las doradas playas de los surfers en Sydney. Unos ven pasar por “sus” barrios a mujeres de ensueño semidesnudas camino de la playa acompañadas por bien modelados jóvenes rubios. Estos ven a unos taimados y primitivos musulmanes que han invadido no sólo “su” país sino también sus playas con sus miradas de odio cuando no con las violaciones de sus mujeres.
  • Una cosa lleva a la otra. Dado que la delincuencia y el crimen vienen de donde viene, la presión policial hacia los “lebs” provoca que estos se consideren no sólo marginados sino perseguidos. Los líderes de su comunidad –musulmanes- claman contra la “discriminación” y la “persecución”. Muchas mezquitas han hecho su trabajo de incendiar el odio contra los “infieles” indecentes. Pero otras intentaban la paz. Entre ellas, la que salió peor parada, la de Lakemba, que ardió en la segunda noche de caos mientras doscientos musulmanes se preparaban para escuchar una conferencia sobre la ‘no violencia’.
  • Por el lado de enfrente, los grupos racistas blancos también hicieron su trabajo. Pero todas las fuentes coinciden en que no sólo no fueron el origen inmediato sino que, ni tan siquiera, fueron los convocantes del desastre de guerrilla urbana que se iba a originar en minutos. Atizaron el fuego pero la policía está ahora concentrada en saber de dónde vinieron los primeros mensajes de móvil alertando sobre la agresión a dos socorristas en la playa y animando a concentrarse en la zona.
  • Y, por supuesto, por debajo –y por encima- de todo, desconfianza y resentimiento de la comunidad blanca de cultura cristiana hacia los musulmanes en general, desconfianza y resentimiento disparados tras los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos pero recrudecidos después de la brutal acción terrorista contra un hotel de Bali en 2002, donde murieron 202 personas, entre ellas 88 australianos. El rechazo es respondido desde el lado opuesto con autoafirmación y más odio y más acusaciones de exclusión social. Un proceso bien conocido ya en muchos países occidentales.
Y como consecuencia, más ataques a iglesias cristianas. Y las chicas no quieren ir a la playa, después de que los "creyentes" en la religión-de-la-paz, les hayan preguntado si eran vírgenes.

Mmm, y luego decían que la religión no tenía nada que ver. Ejem, ejem.