Cuando la política puede contribuir a que Madrid sea París

martes, noviembre 22, 2005

Muy interesante artículo escrito por la periodista Ana Ortiz y que aparece en GEES: en él se analiza por qué pueden producirse estallidos de violencia en España (reproduzco las partes más interesantes:

(...) Los hechos acaecidos en Francia invitan a reflexionar sobre la manera en que Occidente reacciona ante la llegada de gente de otros países. Por un lado, Europa está segura de que el sistema de vida occidental es el menos malo. (...) Sin embargo, Europa no ha sido capaz de inculcar adecuadamente estos valores en la población inmigrante. La actitud de algunos gobiernos se ha reducido a regularizar su estancia ilegal en el país. En el ejercicio de un mal entendido afán de no coartar la libertad del que llega, se ha permitido que algunos de estos ciudadanos se erijan en cabecillas de movimientos antisistema en la reivindicación de una cultura de la que ellos mismos han salido huyendo, aprovechando la falta de firmeza de los Estados con determinadas prácticas, ante el miedo de ser tachados de fascistas y xenófobos.

Esta “manga ancha” ha contribuido a que jóvenes adolescentes, desarraigados y que viven en guetos, se sientan protagonistas por un día, y sean los mejores embajadores de movimientos encaminados a desestabilizar el mundo occidental, ataques que venimos padeciendo desde hace 3 años, ante la estupefacta mirada de una sociedad que creía que lo tenía todo controlado.

Consideraciones
La simple mención de 3 indicadores de los muchos que existen, son suficientes para hacer la foto fija de la España inmigrante:
  1. El último proceso de regularización ha traído en solo 9 meses a 600.000 inmigrantes (datos del INE). Se calcula que puede haber un millón más sin papeles.
  2. Madrid y Barcelona se llevan la palma en cuanto a número de inmigrantes, seguidos de la Comunidad Valenciana, Andalucía, Canarias, Murcia y Baleares.
  3. De los extranjeros con residencia legal, un 21% viene de la Europa comunitaria, un 36% son latinoamericanos, un 24% africanos, un 12% europeos no comunitarios y un 6% asiáticos. El porcentaje que más ha crecido es el de los europeos no comunitarios, un 83%.

Zapatero ha asumido los complejos europeos al “llevarnos al corazón de Europa”: Al igual que los Estados Europeos no han sido capaces de afirmar nuestras raíces culturales en base al Cristianismo, como así es, han preferido obviar este punto en la nueva Constitución, entendiendo que la mención al respeto y tolerancia al multiculturalismo es suficiente: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”.
(Texto completo en http://europa.eu.int/constitution/es/lstoc1_es.htm).

Quizá tendría haberse añadido que la tolerancia tiene que ver también con el respeto a las raíces de nuestro modelo de convivencia, que se basa precisamente, en ese germen cristiano del mundo occidental. Esto nada tiene que ver con la defensa de Estados confesionales, en los que las jerarquías eclesiásticas, tanto católicas como protestantes, deban regir las políticas de los países. Tampoco se defiende un patrón común en cuanto a ideología religiosa. Esto quiere decir que nuestro modelo de familia, nuestro patrón de convivencia, está basado en unos determinados principios de los que no hay que avergonzarse y que es preciso conocer y fomentar, al margen de lo que luego practique cada uno.

(...) En España, el tema es todavía más contradictorio si cabe. Mientras que ZP trabaja activamente para imponer su visión de un estado laico- que no quiere decir que por que no sea confesional, los ciudadanos no tengan derecho a practicar la religión católica si les place, a recibir esa disciplina en los colegios, por ejemplo, siendo además, el credo de la mayoría de la gente, con independencia del nivel de práctica que se lleve a cabo en la realidad-, se está dando todo tipo de facilidades para la divulgación del islamismo en los colegios, donde ya se han contratado profesores de esta asignatura, además de la laxa política de control que se sigue desarrollando en las mezquitas. A estas alturas, todos sabemos la labor que se ha llevado desde muchas de ellas. También sabemos perfectamente que los preceptos de esta religión nada tienen que ver con la igualdad de sexos, la tolerancia, la libertad de pensamiento, ni por su puesto, con el desarrollo de sociedades democráticas, en las que la soberanía emana de los ciudadanos, y no del dictador de turno.

Es justo reconocer que hay mucha gente de bien que practica esta religión, que conviven en armonía con su entorno (...) Pero hay que tener presente que una tolerancia mal entendida puede llegar a favorecer que los cabecillas de esta “guerra contra Occidente” generada desde el 11 de septiembre, pueda encontrar fervientes seguidores dentro del mismo corazón de Europa, ya herido a la luz de los hechos.

(...) El segundo ejemplo de mala orientación política del Gobierno actual que puede contribuir a que el polvorín estalle, tiene que ver con un asunto de máxima actualidad y que ha puesto en pie de de guerra a la sociedad española: el fracaso del sistema educativo español.

Al margen de los datos oficiales y oficiosos que se han dado de la manifestación de Madrid contra la LOE, es cierto que es un tema que ha levantado de la silla a padres, alumnos y profesores. Entre los motivos principales, la falta de consideración al esfuerzo del estudiante, la total falta de respecto hacia el profesor y la institución académica, así como la legalización de los novillos, sin olvidar el controvertido tema de la asignatura de religión, al que ya se ha hecho referencia.

Con estos mimbres que el Gobierno de Zapatero ha puesto como ejemplo a seguir y centrándonos en el tema que nos ocupa, está claro que se están sentando las bases para incrementar todavía más el fracaso escolar, sobre todo en las clases más humildes, entre las que se suele encontrar la mayoría de los inmigrantes.

El que tiene posibilidades económicas de sacar a su hijo de este sistema educativo lo hará. La educación pública no conseguirá liberarse del lastre de estar en peor consideración a los ojos de los padres. Al final, la brecha entre “ricos y pobres” que tanto gusta sacar a relucir a la izquierda será mayor. No nos engañemos, el grueso de los inmigrantes seguirán formando parte de esos guetos por falta de estímulo, de oportunidades para alcanzar el ansiado progreso En una filosofía de esferazo cero, de nula compensación a las ganas de luchar por un futuro mejor mediante el estudio, la recompensa al trabajo bien hecho, al final, se verán abocados a seguir el patrón de sus padres. Ciudadanos sin formación que seguirán desempeñando trabajos que los españoles ya no quieren asumir. Esa segunda y tercera generación de inmigrantes puede llegar a preguntarse si mereció la pena el éxodo. “¿Es este el Estado del Bienestar que nos prometieron? ¿Es esta la tolerancia, la igualdad de oportunidades? Tengo papeles, sí, pero ¿de qué me sirven?”

(...)
Tan solo un puñado de ejemplos al hilo de la actualidad política de España demuestra que la grave situación que está viviendo Francia puede ser posible en España en cualquier momento. La falta de firmeza en la defensa de nuestra cultura y valores están pasando ya factura en el Continente. El Estado del Bienestar conlleva a la asunción de unos deberes y derechos, en consonancia con la cultura receptora. Ello no quiere decir que se renuncie a la propia. Los españoles fuimos emigrantes en Europa y América Latina sobre todo. Asentamos nuestras bases de convivencia de acuerdo a los modelos sociales que nos fuimos encontrando. Estos países a su vez, respetaron nuestra cultura porque en nada les perjudicaba nuestra manera de ser y de pensar. Nos integramos en sus sociedades sin complejos y de forma respetuosa, en líneas generales.

Volviendo a España, es cierto que nuestro país es un potencial contenedor de inmigrantes por su lugar estratégico e incluso, su cultura. Pero precisamente por eso no se puede tomar el tema a la ligera, con el único fin de aumentar la masa electoral.

Es preciso que el Gobierno exija unos niveles mínimos para la convivencia y que no le tiemble la mano a la hora de no permitir determinados comportamientos, ni mucho menos fomentarlos por la cortedad de miras.

Una sóla precisión, a mi entender: cuando dice que "los valores es preciso fomentar y concoer, al margen de los que practique cada uno", creo que hay que diferenciar entre los valores. Aquellos que son parte esencial de nuestro sistema jurídico, deben practicarse por todos y todos debemos estar de acuerdo con ellos. Si no, mal vamos. Precisamente una de los fallos de la nueva Constitución europea (que no sabemos si al final acabará siendo aplicable, aunque parece que no) es que no respeta la herencia cultural europea, al prescindir de uno de sus pilares que es el Cristianismo, como bien dice la autora. De modo que, si de entrada se dice que Europa no es cristiana -lo que para empezar es una barbaridad- se está diciendo a los inmigrantes que cualquier tradición que traigan es muy buena, aunque sea contraria a los principios fundamentales de la tradición judeocristiana (como ha perdido y no puede competir con esas otras civilizaciones tan avanzadas en las que sólo se aplica la Sharia un poquito y a cuyas mujeres las europeas tienen que envidiar, Charles dixit). Por tanto, no se les está obligando a respetar la cultura y los valores occidentales o, al menos, de una parte fundamental de ellos. Lo que, mezclado con una masiva influencia de inmigrantes y agitado con el horrendo sistema educativo, puede ser un cóctel molotov gigante, disparado contra la misma línea de flotación de la cultura europea. Y por tanto, de su misma superviviencia.