Artículo muy interesante aparecido en GEES (1/12/2005)
¿No era apenas ayer cuando los medios nos decían que los franceses eran tan inteligentes por elegir la diplomacia en lugar del uso de la fuerza, y tan listos gestionando las relaciones con pueblos del Tercer Mundo – en otras palabras, tan distintos a los unilateralistas de gatillo fácil de este lado del Atlántico?
Bien, ¿adivina qué? Tras tres semanas de disturbios en suburbios parisinos, esos sofisticados y pedantes franceses se han transformado en una nación de cerdos racistas represivos a los ojos de la prensa americana. Todo lo que se necesitó para iluminar la situación fueron unos cuantos Citröen en llamas.
Para los principales medios (empecinados en las causas raíz), los disturbios son el resultado de la injusticia, la discriminación, la desesperación, la pobreza, la ausencia de oportunidades económicas y el desempleo.
Yo no sé usted, pero cuando me quedo en el paro, incendio unos cuantos coches.
“La ira de los jóvenes franceses es una lucha por el reconocimiento”, reza el titular de la noticia del Washington Post. Craig Smith, del New York Times, informaba a los lectores de que en Francia “una parte significativa de la población tiene que aceptar aún la presencia cada vez más multiétnica de la nación. Por decirlo simplemente, para mucha gente, ser francés continúa siendo un tema de baguette y boina”. No, no me digas que los franceses esperaban simplemente que estas familias inmigrantes se asimilasen. ¡Incroyable!
Smith argumenta que le disturbio es producto de “las crecientes desigualdades”, “la discriminación” y “una presencia policial excesivamente agresiva en los proyectos de vivienda del país con fuerte presencia inmigrante” -- que, por supuesto, es el motivo por el que los alborotadores inmigrantes han incendiado esos símbolos de desigualdad y discriminación, sinagogas e iglesias, al grito de “Aláhu ajbar” (¡Alá es grande!)
Nos dicen que los disturbios fueron provocados por las muertes de dos inmigrantes adolescentes, que se electrocutaron en un alternador mientras huían de los gendarmes.
En un barbarismo hilarante, Carol Lin, de CNN, se refirió a los difuntos como “adolescentes afroamericanos”. Mientras que los chavales eran de origen africano (tunecino en la práctica), no creo que los suburbios parisinos hayan sido anexionados por Estados Unidos. O – quizá Lin rendía honores a los jóvenes afroamericanos, en tributo a su caída.
Pero fue la noticia de USA Today (“La belle France: Un país de igualdad y exclusión”) la que elevó las cotas de la corrección política.
Los escritores Steven Komarow y Rick Hampson comenzaron preguntándose si la vorágine "marcaría el principio de un cambio social, al igual que los disturbios urbanos norteamericanos hace cuatro décadas”. Traducción: las cosas comenzaron a ir mejor a los negros americanos cuando empezaron a incendiar sus vecindarios.
El artículo cita con aprobación al asistente del alcalde de una ciudad al norte de París, que insiste en que los vándalos “piden dignidad. No quieren empleos duros. Quieren oportunidades reales – puestos de trabajo, educación y respeto”. Los disturbios son un grito de ayuda proverbial. Al incendiar 40 escuelas, los desencantados suplicaban mejores oportunidades educativas. Y, ¿cómo puede uno no respetar a gamberros que emulan a tropas de asalto yendo tras las sinagogas?
Una señora que gestiona un centro infantil comunitario (probablemente no votante del Frente Nacional) dice que la agitación actual “es apenas el principio. Trabajo con gente que ni siquiera tiene calcetines y viven diez personas en una habitación”. Pero tienen gasolina para los cócteles Molotov, por no mencionar los teléfonos móviles y los ordenadores para coordinar los ataques.
En caso de que haya pasado la idea por alto, tras ser asaltado machaconamente durante varios cientos de palabras, USA Today resume su alegato: “Las mismas quejas que prendieron los incendios urbanos de Detroit y Los Ángeles – desempleo, desesperación, discriminación – están detrás de los incendios y los disturbios de la Francia suburbana”.
El análisis de es-South-Central-on-the-Seine de los medios les ayuda a evitar ciertas realidades desagradables. En esas raras ocasiones en las que logran utilizar la palabra con i, se nos asegura que el Islam no desempeñó ningún papel (absoluta, positivamente ninguno) en la violencia.
Igual que no tuvo que ver en el asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh, el atentado de los trenes de Madrid, las explosiones de bus y metro de julio en Londres (52 muertos), o la oleada de antisemitismo que ha barrido el Continente en los últimos años.
El columnista Mark Steyn (“Despierta, Europa, tienes una guerra entre manos”) la llama “guerra civil de Eurabia”. Steyn destaca, “Los árabes franceses llevan media década librando una intifada a bajo nivel contra sinagogas, carniceros kosher, escuelas judías, etc.”
Los alborotadores de Clichy-sous-Bois son inmigrantes, bien, inmigrantes (o hijos de inmigrantes) procedentes del norte de África – inmigrantes musulmanes guiados por el mismo odio a Occidente (democracia, tolerancia, alcantarillado, fontanería bajo techo) que se ve en las calles de Teherán, Ramala, Jakarta e Islamabad.
En los últimos 50 años, la población musulmana de Europa occidental ha pasado de menos de 250.000 a más de 20 millones (el 10 por ciento de Francia son musulmanes). Éste es el producto de una troika mortal – invierno demográfico (los seculares europeos han elegido la extinción mediante la infertilidad), laxas políticas de inmigración, y multiculturalismo sin pensar. El Center for Security Policy advierte de que hacia el año 2050, Europa perderá un tercio de su población nativa.
Entran los musulmanes, cuya tasa de natalidad es subvencionada por el bienestar social europeo. Sin duda, algunos quieren asimilarse en sus poblaciones anfitrionas. Más quieren vivir en Europa a la vez que se identifican con una cultura en guerra contra Occidente durante más de un milenio.
Los atentados ferroviarios de Madrid (recuento de cadáveres, 191), mencionaban la pérdida de Granada en 1492 entre sus agravios. Quizá los jóvenes inmigrantes de Stains protesten por la derrota del ejército moro en Tours en el 732 D.C.
Uno de los pocos periodistas que lo entienden es Bruce Bawer, radicado en Oslo. Escribiendo en el Christian Science Monitor el 17 de noviembre (“No todos los musulmanes quieren integrarse”), Bawer observa: “Las comunidades musulmanas de Europa son polvorines, hirviendo de alienación nacida tanto del antagonismo asiduamente inculcado hacia la sociedad infiel como de una sociedad infiel cuyas políticas de integración – que deberían llamarse en realidad políticas de segregación – han alentado perversamente esta ira”.
“Inocentemente, imaginaron que podrían preservar la homogeneidad cultural de sus naciones, al tiempo que dejaban entrar a millones de extranjeros y sonreían sobre su preservación y la preservación de valores drásticamente diferentes de los propios”.
Bawer advierte: “Lo que han cosechado, muy al contrario, es una generación de musulmanes, muchos de los cuales ven sus vecindarios como colonias en mitad de territorio enemigo – y que exigen que se reconozca esta autonomía. En Gran Bretaña, los imanes han presionado al gobierno para que designe parte de Bradford bajo la ley musulmana. En Bélgica, los musulmanes del barrio de Sint-Jans-Molenbeek, en Bruselas, lo consideran jurisdicción islámica. En Dinamarca, los líderes musulmanes han intentado un control similar sobre diversas partes de Copenhague”.
El problema francés no comenzó, sostiene Bawer, cuando los jóvenes se electrocutaron accidentalmente, sino cuando la policía “invadió” Dar al-Islam (la Casa del Islam) – suburbios fuertemente musulmanes. Los musulmanes siempre han operado según la premisa: “Lo que es mío, es mío, y lo que es tuyo, con el tiempo será mío”. Así, dondequiera que se asienten, la encantadora civilización que han creado en Oriente Medio les sigue.
En su profundo libro La rabia y el orgullo, la periodista Oriana Fallaci se pregunta si la emigración musulmana hacia Europa no será parte de un gran plan: “Algo más, pues, no entiendo: si ellos (los inmigrantes musulmanes) son tan pobres como afirman sus cómplices y sus protectores, ¿quién les da el dinero para venir? ¿Dónde encuentran los cinco o 10.000 dólares por cabeza que pagan el viaje? ¿Podría este dinero ser suministrado por algún Osama bin Laden con el simple propósito de establecer los asentamientos de las Cruzadas Inversas y organizar mejor el terrorismo islámico?”
Pero – no te preocupes, New York Times -- entre la élite europea, tales opiniones son evitadas. Parece que Francia responderá al estallido más reciente de violencia inmigrante con esperanzas y entregas.
La semana pasada, el primer ministro Dominique de Villepin anunciaba un programa de 35 billones de dólares para proporcionar empleo, educación y otras “oportunidades" sin especificar a los alborotadores y sus parientes, junto con la creación de una agencia “de cohesión social” para tratar toda la opresión y la discriminación en la tierra de la Liberte, Egalite, Fraternite.
Incluso Nicholas Sarkozy, el ministro francés del interior, que llama “escoria” a los alborotadores, se decanta en favor de la forma gala de Acción Afirmativa.
Frente a este apaciguamiento, los inmigrantes continuarán llegando y continuarán procreando. Los pobres (que carecen de ética de trabajo o de deseo de vivir pacíficamente con otros) continuarán llenando las arcas. Sus imanes continuarán predicando el odio a los infieles. Al-Qaeda y sus clones continuarán el reclutamiento. Y las familias francesas continuarán teniendo menos hijos, o ningún hijo, ayudando al proceso de islamo-cidio.
En lugar de La Marseillaise, quizá los franceses adoptarán el tema de “M.A.S.H.” como su nuevo himno nacional – “Ese suicidio es indoloro (bueno, casi). Acarrea muchos cambios, y puedo cogerlo o dejarlo si me apetece….”