No hay guerra indolora

domingo, diciembre 18, 2005

(Artículo aparecido en GEES, 5/12/2005)

El agua es incolora, inodora e insípida, pero la guerra no. Es roja de sangre, amarga como el acíbar y hiede a cadáver. Y sobre todo no es indolora. Irak es el desengaño, el choque con la realidad. La guerra aséptica, la intervención quirúrgica de alta precisión y bajo trauma puede ser a lo sumo una fase y sólo para una de las partes. Luego pueden venir los Artefactos Explosivos Improvisados y los fanáticos dinamiteros suicidas, que hacen inmensamente ardua una prometedora reconstrucción y convierten a un entero país en un asilo que hay que gestionar.
Las Fuerzas Armadas americanas aprenden asumiendo esas misiones en su nueva doctrina como propias y apropiadas para el futuro. Quizás una vez más los generales se dispongan a librar la próxima guerra como de haber sabido hubieran combatido la anterior, guerra que, por lo demás, como les está resultando demasiado costosa, no querrán repetir bajo ningún concepto. Puede que se estén preparando espléndidamente para la guerra que por encima de todo tratarán de evitar, detrayendo atención y recursos de la que realmente les aguarda. Todo un mundo de contradicciones y paradojas que nada tiene de ajeno a la historia del conflicto y los ejércitos.
La más importante lección es la trillada, obvia y tan absurdamente olvidada de que el futuro se deja muy malamente predecir, y que lo mejor es prepararse para todo, pero puesto que “todo” es inalcanzable, resulta vital disponer de los instrumentos que nos proporcionen la flexibilidad para adaptarnos rápidamente a lo que venga. Algunas constantes nos sirven de referencia. Si dejamos que a nuestra guerra se pueda ir andando desde la puerta del cuartel, ya la hemos jibado, tía María. Hay que librarla lo más lejos posible. La capacidad de proyección lo es todo, es la única manera de pesar militarmente en el mundo en que vivimos. Y el peso militar es una de las métricas con la que se evalúa y jerarquiza a los países.
La tecnología avanzada cuenta y pude atenuar algunas otras deficiencias, como la falta de estómago para asumir bajas, incluso ajenas, o la absoluta preferencia por las mejoras materiales inmediatas sobre el coste de una defensa robusta que no sólo nos proporcione seguridad física momentánea sino la mucho más importante que se deriva del triunfo de la libertad y la democracia sobre sus siniestros y empecinados enemigos.
Ya casi nadie en el mundo occidental está dispuesto a pagar ese precio. La gran cuestión es si América todavía lo está. Si dos mil bajas en dos años y medio de guerra y el 4% del PNB es el límite, la respuesta es más bien que no. Sólo nos queda cruzar los dedos y rezar lo que sepamos.