(Este es el título de un artículo aparecido en GEES 13/12/2005)
La Unión Europea, con el beneplácito de mister PESC, acaba de autorizar los contactos diplomáticos con la organización terrorista Hamas. Dos son las razones que parecen haber impulsado este cambio de postura. Por un lado, un ataque de pragmatismo, al reconocer que los representantes de Hamas serán los ganadores claros de las elecciones en Gaza y que, por tanto, como poder ya no fáctico, sino institucional, habrá que dialogar con ellos; por otro, la creencia de que cuando una organización terrorista acepta jugar en el terreno político y llega a tener responsabilidades de gobierno, se vuelve automáticamente moderada. No hay prueba de ello, no obstante.
La UE está cometiendo un grave error de consecuencias incalculables. Hamas no sólo es una organización terrorista cuyo mérito, entre otros, es estar detrás de la mayoría de ataques suicidas contra ciudadanos de Israel, sino que es una organización fundamentalista cuyo objetivo declarado no es hacerse con el poder en Gaza y otros territorios palestinos, sino acabar con el estado de Israel e imponer en los países árabes vecinos un régimen islámico a imagen y semejanza de su gran patrocinador, la República Islámica de Irán.
Es más, la UE se está negando la capacidad para contar con su principal aliado en la zona que es Israel aunque no le guste reconocerlo. Hoy la guerra contra el terrorismo islamista tiene su frente central en Irak, pues la evolución de ese país hacia formas democráticas o hacia el caos marcará la capacidad de aguante de nuestra civilización o la victoria del islamismo extremista. Pero eso no puede cegar el hecho de que la retaguardia inmediata de ese islamismo militante es, precisamente, Israel, la única democracia y sistema cultural semejante al nuestro en toda la región.
En un informe de FAES presentado recientemente por su presidente José María Aznar, NATO: An Aliance for freedom, se defiende la entrada de Israel en la OTAN sobre la base de lo que podría aportar a la lucha contra el terrorismo islamista. Pero hay más: si la OTAN aceptara a Israel como miembro se estaría dando un claro mensaje a los ayatolás iraníes de que la comunidad occidental no aceptará jamás su programa nuclear y que todos estamos juntos para adoptar las medidas necesarias para que Teherán no disponga de una bomba atómica. Los iraníes o temen a los europeos, perdidos en un proceso diplomático que no conduce a ninguna parte; tienen dudas sobre la administración americana, en la medida en que la piensan hundida en Irak; pero saben que Tel Aviv no puede convivir con la bomba islámica iraní. Aunque sólo fuera por eso, por un Israel punta de lanza de nuestra defensa colectiva, no sólo habría que invitarles a unirse a nuestros clubs, sino tratarles con el respeto y la decencia que se merecen por luchar contra nuestros propios enemigos. En este caso concreto, los terroristas de Hamas. La UE jamás debería entrar en conversaciones con los terroristas, por mucho que Rodríguez Zapatero les diga lo contrario. Nuestro caso nacional es buen a prueba de adónde conduce ese dejación de nuestros principios.