El asesinato a palos en El Aiún del joven Hamdi Lambarki tras una manifestación proreferéndum; el secuestro y tortura de activistas de los derechos humanos como Alí Salem Tamek o la candidata al premio Sajarov, Aminetu Haidar; las humillaciones con las que los esbirros de Mohamed VI castigan el entorno familiar de presos y desaparecidos –la violación de la esposa de Alí Salem Tamek en presencia de su hija de tres años es sólo uno de muchos casos-, evocan en el Sáhara ocupado por Marruecos los fantasmas de las siniestras dictaduras de Pinochet y las juntas militares en Argentina. Pero contra toda evidencia, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y el ministro Moratinos, en lugar de situarse del lado de los oprimidos y de los derechos humanos, siguen empecinados en seguir la farsa con la que intentan maquillar a un tirano feudal de noble paladín de la causa democrática, aún a costa de que las mentiras que esta abnegación les exige hagan cundir entre sus electores una inquietante duda: ¿por qué el Gobierno socialista arriesga así su credibilidad?
En el escenario internacional, el silencio alevoso con el que España falta a sus compromisos de potencia administradora del Sáhara y, en lugar de defender los intereses de los saharauis, se convierte en cómplice de sus verdugos, ofrece una dudosa muestra de la ética política con la que Zapatero pretende construir su Alianza de Civilizaciones.
La cortesía protocolaria de los efusivos abrazos y apretones de manos le consiente a Zapatero ocultar el descrédito que a todos los españoles nos cuesta su denodado empeño por favorecer al rey de Marruecos y dar alas a esa misma fantasía manipuladora con la que ha pretendido hacer pasar sus chascarrillos antiamericanos por una muestra de independencia política. Pero si el Wall Street Journal tuvo que iluminarnos sobre el estremecimiento que las bromas antiamericanas de Zapatero causan incluso a los socios alemanes y franceses que aparentemente tanto le ríen las gracias, no es necesario que nos explique también por qué España no podrá convertirse en punto de referencia, y menos en materia pacificadora, mientras no cumpla con sus deberes básicos ante el derecho internacional en el único conflicto del mundo en el que tiene responsabilidad directa.
La brutal represión con la que las fuerzas de ocupación marroquíes en el Sáhara Occidental están intentando silenciar la intifada que sacude el territorio de la colonia española, han detonado las grandes mentiras que sirven de fachada a esa amistad hispano-marroquí que el presidente Zapatero y Moratinos exhiben como uno de los grandes éxitos de su gobierno y, por mucho que la opinión pública lo intente, ya no tiene con qué creerse la supuesta fiabilidad de un vecino que deja mal incluso a quienes tanto se ponen en evidencia por hacer buena su imagen. Y es que Mohamed VI no colabora demasiado con sus grandes amigos españoles: basta que ellos alaben la colaboración marroquí en la crisis de la Marcha Negra en Ceuta y Melilla para que haya tiros y muertos en las vallas fronterizas; y si en el palacio de Santa Cruz intentan ensalzar el avance en transparencia informativa que supone que los invasores hayan permitido la entrada de reporteros españoles en El Aiún, al día siguiente se produce la detención de periodistas en una siniestra comisaría de esta ciudad donde se les amedrenta y confisca su material.
A pesar de la falta de prudencia de Mohamed VI, algunas de las mentiras con las que se protegen sus intereses pueden diluirse en la avalancha informativa del día a día y arroparse con declaraciones solemnes que aseguran que “la autodeterminación del Sáhara es un tema clave para la política española”. Basta con omitir que la prioridad que, efectivamente, ha tomado este asunto para la diplomacia de Moratinos ha desembocado en una acción febril que tiene como objetivo la segunda edición, pero bien rematada, de los Acuerdos Tripartitos con los que la dictadura de Francisco Franco entregó el Sáhara al rey Hassán.
Zapatero cuenta para ello con la eficacia de un ministro de Exteriores que sabe lo mucho que sus electores agradecen que se les de un pretexto para no inquietarse también en ese frente y que hace todo lo que está en su mano con tal de hacerles felices prometiéndoles que la promarroquinidad del Gobierno Zapatero sólo es un cuento cizañero de los crispadores fachas. Y, mientras, con igual meticulosidad, sus diplomáticos intentan convencer a EEUU para que se una a las tesis anexionistas de Francia que ellos sirven sin otra contrapartida que la de no contrariar al único aliado de envergadura que les queda. O en Estrasburgo, por poner otro ejemplo, el socialista Josep Borrell aprovecha su posición de presidente del Parlamento Europeo para impedir que Marruecos reciba allí un nuevo revés diplomático bajo forma de una resolución condenatoria.
Afortunadamente para los saharauis, el prestigio y pujanza de la España de Zapatero ante la comunidad internacional sigue sin dar para que tanto esfuerzo prospere. No todo el mundo está dispuesto a salir a terreno descubierto para saciar la voracidad insaciable de Mohamed VI que no se contenta con que la Unión Europea le haya hecho el gran favor de transigir con la negociación de unos acuerdos que consagran la explotación ilegal de los recursos pesqueros saharauis. Así que al final, la aprobación por unanimidad de la resolución con la que recientemente se le ha exigido a Marruecos el respeto de los “derechos fundamentales” de la población saharaui y la liberación de los encarcelados ha concluido con una gran indignación en Rabat por la ineficacia de sus amigos españoles, y la “gran sorpresa” de los correligionarios europeos de Borrell ante las maniobras insólitas e inéditas en el procedimiento de esta institución con las que su presidente intentó un aplazamiento indefinido de la votación de la condena.
Es fácil amortiguar ante la mayor parte de la opinión pública española los ecos delatores para Zapatero de esta parte de la batalla por el Sáhara que libra Marruecos. Pero, lo que ya no hay forma de camuflar son las poderosas razones que impiden al Gobierno socialista español pronunciarse, incluso ahora que cuentan con el escudo de una resolución europea, sobre el cruel martirio al que las fuerzas militares marroquíes están sometiendo a hombres, mujeres, niños y ancianos para que renuncien a la celebración del referéndum de autodeterminación prometido por la ONU.
Los lobbies promarroquíes que desde la época de la dictadura franquista lograron imponer el silencio informativo sobre lo que ocurre en el Sáhara, ya no tienen nada que hacer ante la eficacia democrática con que Internet hace circular las imágenes que documentan las heridas, magulladuras y quemaduras con las que los carceleros marroquíes arrancan testimonios y confesiones con las que condenar en juicios arbitrarios a los que en las calles de El Aiún exigen a la ONU que cumpla con sus responsabilidades. En los medios tradicionales la atención sigue estando acaparada por las fotos de los malos tratos sufridos por los presos iraquíes y talibanes (ellos tienen la ventaja del morbo antiamericano) y la cuestión del Sáhara queda en segundo plano incluso frente a los reportajes exclusivos que ilustran sobre la fea situación de las cárceles en Ecuador. Pero, quien quiere, puede acceder fácilmente a la espeluznante información sobre las inmundas condiciones de las celdas de la Cárcel Negra de El Aiún y otras mazmorras, donde se pudren los presos políticos saharauis, incluidos los menores, sometidos a los abusos que generan los carceleros y el hacinamiento con delincuentes comunes. Son imágenes muy peligrosas para Zapatero: quien las ve no necesita saber lo que pasa en Washington o Estrasburgo para tener la terrible sospecha de que el presidente y su ministro mienten en todo lo que tenga que ver con Marruecos.
El régimen marroquí ha intentado sacar del apuro a Zapatero (su debilidad le conviene pero no en exceso) asegurando que esas fotos y vídeos en poder de las asociaciones de derechos humanos son fruto de un montaje orquestado por la pérfida Argelia y el Polisario. Lo malo para su credibilidad, es que también se apresuró a tachar de burdas maquinaciones de sus vecinos las denuncias sobre el auténtico destino de los inmigrantes africanos deportados de Ceuta y Melilla y, seguidamente, se produjo una catarata informativa sobre los sin papeles localizados por las ONG y el Frente Polisario vagando por el desierto del Sáhara, sin agua ni comida, que no dejaba equívocos sobre cómo se las gastan en Rabat a la hora de erradicar problemas y cumplir con sus compromisos internacionales. Y todavía estaba fresco el choque emocional de los televidentes españoles con este asunto, que ocurrió el asesinato Lambarki y, de nuevo, los portavoces marroquíes se empeñaron en decir que era mentira, que el joven había muerto de una pedrada accidental lanzada por los propios manifestantes saharauis. Y resultó que, una vez más, no había más mentira que la forjada en Rabat y de tal calibre que ni siquiera allí la han podido seguir sosteniendo y han acabado por reconocer que Lambarki fue víctima de un crimen policial.
Las mentiras de la dinastía alauita vienen de lejos porque, como en toda dictadura, el maquillaje es clave para su continuidad. Pero los asesores de Mohamed VI tienen para ello una vena especialmente creativa, con golpes de efecto brillantes para lavar la imagen del trono tales como el reconocer la existencia de fosas comunes con los restos de decenas de prisioneros políticos desaparecidos en centros de detención secreta, en los años setenta y ochenta. Gracias a ello, los que en España defendieron hasta ayer los logros de la apertura democrática del rey Hassán II y se guardaron muy mucho de hacerse eco de los informes de Amnistía Internacional o Human Rights Watch, ahora no tienen más que hacer como que ellos ya habían advertido al público de los horrores de los años de plomo y subrayar que el gesto de Mohamed VI viene a demostrar que él sí se está empeñando a fondo para acabar con los malos hábitos del régimen de su padre. Una hábil pirueta cuya carga triunfalista no puede resistir el efecto devastador que tiene la mentira cuando estalla y tiene una onda expansiva tan grande como para dejar hecha añicos la solvencia de la política exterior española, más allá del Estrecho.
La intifada saharaui ha convertido así en un ejercicio patético el vano intento de Zapatero por recuperar la fe de los electores poniendo mucho énfasis en que con él votaron la fortaleza, independencia y solidaridad que España había perdido en el encuentro de las Azores. Si tan fuertes, independientes y solidarios somos ahora, ¿por qué no utilizar nuestra influencia y prestigio internacional para interceder a favor de los saharauis ante el descendiente del Profeta? Si tan boyante es la amistad hispano-marroquí, ¿por qué Zapatero no utiliza su ascendente para que el príncipe de los Creyentes libere a los saharauis que siguen desapareciendo o llenando las cárceles?
La debilidad de la posición de España es tan evidente que hasta el propio régimen marroquí ha vuelto a las tradicionales estrategias de extorsión y chantaje con las que fue atornillando a los sucesivos Gobiernos posfranquistas de la UCD, PSOE y PP para que no cambiasen el rumbo dado al asunto del Sáhara a su favor con la firma de los Acuerdos Tripartitos y que consiste en forzar la benevolente neutralidad española, tan dañina para los saharauis, con alguna jugarreta en otro escenario, aparentemente distinto, como es el apresamiento de barcos pesqueros o el hostigamiento a Ceuta y Melilla.
No es una casualidad que las avalanchas de los inmigrantes africanos se hayan lanzado contra las ciudades autónomas justo en la víspera de un encuentro hispano-marroquí y cuando estaba a punto de discutirse en la ONU la continuidad de la misión de los cascos azules en el Sáhara. En un estado policial como es el de Mohamed VI es impensable que un ejército de africanos haya logrado organizarse y movilizarse sin que las fuerzas de seguridad lo supiesen y decidiesen como mínimo, dejar hacer. De hecho, si tan imparable era el flujo de los miles y miles de inmigrantes dispuestos a marchar por su territorio hacia Europa, ¿cómo se explica su súbita desaparición?
El misterio se carga de sospecha con los beneficios con los que Mohamed VI ha rentabilizado esta crisis. Las ayudas económicas logradas desde Bruselas para convertirse en guardián de la frontera sur de la Unión Europea, son sólo los más visibles. Menos obvios, aunque igualmente valiosos, han sido los buenos resultados en el campo político. Y es que el propio régimen marroquí es consciente de que la intifada en los territorios que ocupa ilegalmente dinamita la ficción de la supuesta amistad hispano-marroquí con la que el PSOE está intentando hacer digerible para su electorado la culminación de la política entreguista del último Gobierno de Franco. La avalancha africana ha contribuido a recordarle a esa parte del PSOE, que por honestidad o por simple cálculo electoral, podrían rebelarse a la sumisión de Zapatero y Moratinos ante Mohamed VI, que la amistad de Rabat les conviene muy mucho si no quieren tener invasiones incontroladas que no son del gusto de los votantes. Además, ha desviado con éxito la atención del escabroso tema, para Rabat y Madrid, de los derechos humanos en el Sáhara (varias organizaciones habían anunciado manifestaciones de solidaridad coincidiendo con el encuentro de Sevilla).
De paso, la experiencia le ha servido al rey Mohamed para comprobar que la espada de Damocles que cualquier crisis en Ceuta y Melilla inevitablemente logra tender sobre el futuro de las dos ciudades autónomas, sigue siendo un eficiente silenciador también entre la derecha española donde abundan las víctimas de esa trampa que se cierra con el sacrificio de la honra en el Sáhara a cambio de evitar un mal mayor, la pérdida de Ceuta y Melilla. Se trata de una vieja trampa que ya el rey Hassán II supo manejar con gran habilidad y que ahora cobra fuerza con la debilidad en la que han sumido a España los daños colaterales en política exterior del 11-M.
El recuerdo del intento de Perejil y la traición francesa alientan estos temores hasta lograr que los afectados, entre ellos muchos partidarios del referéndum de la ONU para el Sáhara, pierdan de vista que al rey Mohamed, por el momento, no le interesa que estas dos ciudades dejen de ser españolas porque así puede esgrimir esta proximidad territorial como argumento para vencer la ventaja que le pueden sacar vecinos como Argelia en la carrera por la candidatura de primer socio europeo del Magreb. Logrado ese objetivo, y si nada ha logrado frenar hasta entonces el apetito por ese espacio vital con el que los alauitas subliman los problemas de la miseria crónica que padece su pueblo, ya habrá nuevas oportunidades para exigir los enclaves y las islas Canarias que también consideran suyas.
La importancia económica y diplomática que para Marruecos tiene esta candidatura europea, especialmente ahora que el apoyo africano al Frente Polisario lo ha dejado aislado en su escenario natural, no es ajena a la entusiasta declaración con la que el ministro Moratinos, en plena tormenta por el cruel abandono de los expulsados africanos en el Sáhara, se haya proclamado partidario de un acuerdo de la Unión Europea con Marruecos como el que con tanto esfuerzo se ha ganado Turquía.
La opinión pública española ha comprendido que Zapatero, al seguir los consejos de Felipe González y apostar tan fuerte por explicar la “confrontación” del Gobierno de Aznar con Marruecos en clave de intolerancia xenofóbica e ideológica, no puede permitirse la más mínima crisis con Marruecos. Pero significarse de este modo, en plena tormenta, carece del instinto de supervivencia política que hubiese tenido lanzar una propuesta similar a favor de la Suráfrica del apartheid cuando acababan de hacerse públicas las fotos del cadáver de Steve Biko machacado por sus carceleros asesinos.
Moratinos habrá actuado por la imperiosa necesidad de calmar las iras del rey Mohamed pero, de cara al electorado, especialmente a ese del estrecho margen al que su partido le debe la victoria del 14-M, su descarada complicidad con una tiranía fascista perfila la inquietante duda sobre cuál es el alcance de la mentira que tanto le permite tirar de la cuerda al chantajista. Porque sólo esa lógica de la mentira que genera más mentira puede explicar el poder con el que Marruecos impone a Zapatero condiciones tan humillantes a su amistad como son asumir la culpa de los muertos africanos en la valla o exigir acortar la estancia de un equipo de televisión española en los campamentos del Frente Polisario para que sus reportajes sobre los inmigrantes africanos salvados por los independentistas no provoquen un grave incidente diplomático.
La espiral de mentiras que ha puesto en marcha la intifada saharaui ha atrapado con tal fuerza a Zapatero y disparado tanto el precio de las buenas relaciones con Mohamed VI, que el presidente ya no se basta por sí solo para pagarlo y tiene que recurrir al rey Juan Carlos para que las aguas vuelvan a su cauce con el vecino. Según Trinidad Jiménez todavía tenemos que dar gracias porque no estuviese el PP en el Gobierno durante la crisis de la Marcha Negra (vete a saber lo que hubiese ocurrido con ellos, dice) como si la ciudadanía no tuviese memoria histórica para darse cuenta de lo desesperada que debía de ser la situación que ha obligado a una intervención que remueve recuerdos turbios de los días en que el franquismo agonizaba con su dictador, nada saludables para la institución monárquica.
Zapatero y Moratinos no tienen escrúpulos sobre este tipo de secuelas, como ya se demostró durante la visita que los Reyes de España realizaron a Marruecos en la que no tuvieron reparos en salpicar a la corona con esa condecoración a altos cargos militares y civiles entre los que se encontraba el general Hamidu Laanigri, actual jefe de la seguridad Nacional marroquí señalado por varias organizaciones de derechos humanos por su implicación en el rapto, tortura y violaciones de centenares de detenidos saharauis.
Lo que ninguno de los dos puede evitar es que el exceso de mentira acaba haciendo brillar la verdad con la que los españoles van percibiendo que el 11-M sustituyó la foto junto a Bush, Blair y Barroso en las Azores por otra en Rabat, en la que el presidente del Gobierno español es la sumisa comparsa del gobierno de derechas de Chirac en su imperial defensa a un sultán absoluto y medieval que usa la amistad española para que haga bulto junto a sus mejores apoyos internacionales, el presidente de Madagascar y el de Senegal.
Ese retrato en las celebraciones del 50 aniversario de la independencia de Marruecos, esas declaraciones de Zapatero elogiando los logros democráticos de Mohamed VI, esa infatigable defensa de unos intereses que se anteponen a los del interés general español con un espíritu de sacrificio que sólo está a la altura del precio que el PSOE abona al tripartito catalán, ya no se pueden explicar sólo por el miedo a una nueva y mayor crisis marroquí. Los españoles tiemblan ante la proximidad de una nueva catástrofe porque ese tipo de entrega sólo se tiene por culpita de un gran querer o por el lastre de otro negocio inconfesable.