El discurso del Papa en La Sapienza

miércoles, enero 16, 2008

Como ya escribí antes, Benedicto XVI ha renunciado a asistir a la Sapienza como consecuencia de los 67 profesores laicistas que denunciaron que en un discurso de hace 15 años supuestamente se había defendido la condena a Galileo, cuando lo que primero hizo fue enumerar las razones que fundamentaron su condena para luego proceder a rebatirlas.

Como ya dije también, el Papa prometió hacer público el discurso y lo ha blogueado JJ Noblejas. De todo lo publicado, me quedo con este párrafo:
una reciprocidad entre la "scientia" y la "tristitia": el simple saber, dice Agustín, nos deja tristes.Y de hecho sucede que quien ve y aprende sólo aquello que sucede en el mundo, termina por entristecerse. Pero la verdad significa más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como objetivo el conocimiento del bien. Este es también el sentido de la pregunta socrática: ¿cual es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos y la bondad es verdadera: y éste es el optimismo que vive en la fe cristiana, porque a ella le ha sido concedido la visión del Logos, de la Razón creadora que, en la encarnación de Dios, se ha revelado al tiempo como el Bien, como la misma Bondad.
Y prosigue:

Y ¿cómo articular con justicia un orden de la libertad, de la diginidad humana, de los derechos humanos? Benedicto XVI salta hasta nuestros días y con Jürgen Habermas propone lo que bien puede ser un amplio consenso del pensamiento actual, cuando dice que

la legitimidad de una carta constitucional, como presupuesto de la legalidad, provendría de dos fuentes: de la participación política igualitaria de todos los ciudadanos y de la forma razonable en que son resueltos los contrastes políticos. Acerca de esta "forma razonable", [Habermas] advierte que no puede consistir solo en una lucha para lograr mayorías aritméticas, sino que debe caracterizarse como un "proceso de argumentación sensible a la verdad" (wahrheitssensibles Argumentationsverfahren).

Debe caracterizarse por un proceso de argumentación sensible a la verdad, y si el conocimiento de la verdad tiene como objetivo el conocimiento del bien, resulta que todo proceso de argumentación ha de ser sensible al bien, lo que desde luego
puede no ser lo existente. Si no que debe considerar lo existente y la diferencia con el bien, como parámetro de medición de conductas. Pero considerándolas ambas para señalar las diferencias y determinar en qué ha de variar la realidad para llegar a ser lo más parecida a la verdad, esto es, al bien.

Y, por último, añade, centrado en la esfera del Occidente, que existe un peligro:

precisamente por la magnitud del saber y del poder logrados, se rinda ante la cuestión de la verdad. Cosa que significa que la razón, al final, se pliega ante la presión de los intereses y ante el atractivo de la utilidad, y queda obligada a reconocer a esta última como último criterio.

Si la razón queda sorda al mensaje que viene de la fe y de la sabiduría cristiana, pierde el coraje por la verdad, de modo que no se hace más grande, sino más pequeña:

Aplicado a nuestra cultura europea esto significa que si ésta quiere sólamente autoconstituirse en base al círculo de la propias argumentaciones y a lo que en un momento dado le convence, y -precoupada por su laicidad- se separa de las raíces de las que vive, entonces no llega a ser más razonable y más pura, sino que se descompone y se rompe en astillas.

Se separa de sus raíces. Interesante cuestión. La cultura europea no puede prescindir de sus raíces, pero ha de adaptarlas a las nuevas situaciones. Estamos sometidos a unos cambios demasiado violentos que en muchos casos no se asimilan y por eso es cuestión prioritaria analizar y considerar exactamente qué ha cambiado (muchos cambios no se ven a simple vista). Los ataques indiscriminados o sin tener en cuenta qué estamos atacando dan como resultado no otra cosa que una flagrante derrota.